DHyTecno #3 – Cuando somos lo que pensamos. Desinformación y tribalismo

Cuando tenía 18 años trabajé unos meses para un periódico local de Lanús, en la zona sur del conurbano bonaerense -de donde soy y donde viví la mayor parte de mi vida-. El dueño era un señor de unos seteintipico que hacía prácticamente todo solo, desde escribir las notas, diagramarlo e imprimirlo (tenía su propia máquina de imprenta, similar a la de la foto), hasta conseguir los anunciantes para poder continuar. La propuesta era escribir para la sección sociedad, con temas locales, gratis, a menos que yo llevara anunciantes 🙃. En ese caso, podía cobrar un porcentaje de lo que consiguiera por publicidad.

Máquina de imprenta (Foto: Pablo González)

Desde fines del siglo XIX, cuando surgió el periodismo profesional, los medios de comunicación vivieron de la publicidad y de los clasificados (¿los recuerdan?). Con la llegada de otros actores, como Google, Facebook y YouTube, entre otras empresas de la industria de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs), la competencia por la venta de publicidad se amplió y los medios de comunicación se fueron quedando cada vez con una menor porción de la torta. ¿Por qué? Porque un diario, una emisora de radio o una señal de televisión no tenían manera de competir a la hora de vender sus lectores y sus audiencias. El nivel de detalle de la microsegmentación que hacen Google o Facebook es un enorme valor para los anunciantes que pueden adaptar sus mensajes de acuerdo a un público cada vez más específico. ¿Cómo pudieron hacerlo? Gracias al análisis de una enorme masa de datos (big data) almacenados a través de sus servicios.

Es así como desde hace algunos años «los medios navegan sobre un modelo de negocios que se debilita sin tener otro que lo reemplace. Un dato que certifica la crisis de estas empresas está en el achicamiento profundo y sostenido de sus plantas de trabajadores», explica Luciano Galup en su libro Big data y política (2019). Lo que en Twitter suele sintetizarse con el hashtag #findelperiodismo podría explicarse a través de este párrafo de Sebastián Lacunza: «Con la caída de la circulación y de la inversión publicitaria, muchas redacciones pierden acreditados, corresponsales y especialistas. Casi todos los diarios de Buenos Aires redujeron drásticamente el cuerpo de correctores, lo que reforzó un círculo vicioso. Un lector huidizo, que es tentado, a toda hora con información gratuita (en muchos casos repetitiva, poco elaborada o banal), se encuentra con que cuando decide comprar un diario en el kiosco, la calidad de lo que recibe comienza a deteriorarse» [Pensar el periodismo (2016)].

«Fin del periodismo»: nueva competencia en la economía de la atención

Entonces, la crisis económica, los actores que empiezan a recibir porciones más grandes de la torta publicitaria y la nueva lógica de la necesidad de generar contenidos que reciban clics y se viralicen a través de las redes sociales (para ganar visibilidad, mejorar métricas y conseguir anunciantes e inversores) producen un nuevo escenario para la industria periodística. En la llamada «economía de la atención», los medios de comunicación no compiten sólo entre ellos sino que lo hacen también con otras industrias para captar la atención de audiencias dispersas: Google, Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, Netflix, pero también el cine, el teatro, los libros, y seguimos sumando.

Si los medios de comunicación necesitan captar atención, recibir clics y «viralizar», tienen que darle a las audiencias lo que están buscando. Según un estudio de Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein, publicado en el libro La brecha de las noticias (2015), los artículos sobre política, economía y temas internacionales (los temas de asuntos públicos) son de mayor interés periodístico para los periodistas de medios generalistas y tradicionales «que los dedicados a temas como los policiales, el ocio y los espectáculos, los deportes y el estado del tiempo» (noticias de asuntos no públicos), que son de mayor interés para lxs consumidorxs.

Lo que pasaba en la era anterior a internet y a la televisión por cable, dicen lxs autorxs, es que existía un monopolio u oligopolio que permitía que los medios fueran indiferentes a lo que sus consumidorxs podrían querer de sus fuentes de noticias. Con la digitalización de los medios, la medición de sus audiencias se hizo rutina -a través de herramientas como Chartbeat o Google Analytics- y esta indiferencia ya no es tan fácil (todo lo contrario). Es así como desde adentro de las redacciones y producciones, a pesar de que los temas de asuntos públicos no dejaron de estar en agenda, empezó a mirarse qué temas son tendencia en redes sociales, qué artículos tuvieron más clics y cuáles son los que más interacciones recibieron (se compartieron, se megustearon y se comentaron), y, en base a esos datos, decidir a qué temas o enfoques darles más espacio en sus medios.

¿Qué es lo que más capta la atención de las audiencias? «La ira es una de las emociones que más nos incita a la acción, junto con la excitación (…) Un titular de una noticia que nos despierta ira nos va a incitar a cliquear en ella, a leerla e incluso a comentarla», dice Mariana Moyano en su libro Trolls S.A (2019). Es asi que una estrategia habitual de algunos medios de comunicación es la que se conoce como «clickbait«: en redes sociales se utilizan como cebo titulares que despiertan enojo o indignación para incitar a la acción (un clic para leer y compartir la noticia, el tuit, el video o la publicación de Facebook). «Algunos medios llevan esta técnica al extremo, llegando incluso a inventar noticias simplemente porque saben que generarán controversia», dice la autora.

Fake news, false news y desinformación

«Noticias falsas hay en la Biblia», dice Darío Sztajnszrajber, citado en el libro de Galup. Por su parte, Silvio Waisbord -citado por Aruguete y Calvo- completaría diciendo que «lo novedoso es la velocidad en la propagación a gran escala de información falsa que reinstala la vieja lucha sobre la definición de verdad». Para construir la verdad necesitamos un intermediario a quien creerle.

Hace unos días se lanzó un juego online hecho por RedAcción, Google News Initiative, Sociopublico, First Draft y Unicef para aprender a identificar las noticias falsas. Uno de los consejos es chequear si esa (des)información fue publicada en un medio que conocemos o no. Si el medio es conocido, deberíamos confiar en la veracidad de la noticia. Sin embargo, creo que el escenario es más complejo -lamentablemente- y es por eso que resulta tan difícil reconocer cuándo una noticia es falsa y cuándo no. Las fake news o noticias falsas y las campañas de desinformación no circulan exclusivamente en las redes sociales, ni son reproducidas sólo por personas anónimas o portales de noticias desconocidos. Por el contrario, muchas veces los medios tradicionales reproducen o crean contenido falso (a sabiendas o no) y la credibilidad que tienen ante sus audiencias hace que no se dude de la veracidad de esas noticias (o que sólo duden quienes no forman parte de su público).

⚠️ Abro paréntesis. Lo de «a sabiendas o no» lo resumo así: sí, existen operaciones de prensa, pero no toda fake news o desinformación es intencional. Muchas veces es producto de la crisis que atraviesa la industria periodística en la que la mayoría de lxs periodistas deben tener múltiples trabajos para subsistir, con magros salarios, o colaboraciones que a veces terminan sin cobrarse. El vaciamiento y el «multitasking» hace que unx periodista que antes se dedicaba a investigar, chequear fuentes y escribir una nota, ahora además debe buscar las imágenes para ilustrar la noticia, editar su propio título, grabar y editar videos, compartir en redes sociales, y todo esto para una cantidad de notas diarias o semanales que superaría a cualquier persona. ¿Sabés qué terminan haciendo muchas veces? Copiando y pegando notas de cualquier lado, sin chequear, y descargando imágenes de Google Images, sin chequear. Esta es la gran crisis del periodismo. Cierro paréntesis.

Una vez que el contenido está creado (las fake news, por ejemplo), es en las redes sociales donde se juega la circulación y la visibilidad y ahí entra el importante rol de las audiencias. En su reciente libro Fake news, trolls y otros encantos (2020), Natalia Aruguete y Ernesto Calvo explican cómo «la información fluye con mayor facilidad en redes densamente conectadas y con mayor cantidad de usuarios congruentes con su ideología, y, por el contrario, se apaga y muere en redes poco conectadas y con usuarios disonantes». Para esto, presentan tres conceptos que actúan así:

  1. La atención selectiva filtra el tipo de información que recibimos (a qué le prestamos atención y qué ignoramos).
  2. La activación en cascada comunica contenidos con los que acordamos (qué compartimos, retuiteamos).
  3. Los elementos de encuadre conjugan una interpreación del evento mediático que apoya o disputa la intención comunicativa de cada grupo (pensemos el «encuadre» como cuando sacamos una foto. Lo que quede dentro del encuadre -aquella información a la que prestamos atención, la que compartimos, etc- es lo que utilizamos para interpretar un evento mediático: ¿Cómo interpretamos una movilización, una decisión política, etc?).

Tanto con la atención selectiva como con la activación en cascada, dicen, todas las personas «hacemos un esfuerzo cognitivo considerable para defender nuestras creencias previas» y la información que diseminamos «expresa nuestros intereses políticos y nuestros afectos. Compartimos publicaciones porque queremos acompañar y ser acompañados».

  • ¿Cómo se genera un evento político en las redes sociales?
  1. «Se inicia con las creencias de un usuario que transforma sus prejuicios en información,
  2. Continúa con la maquinaria mediática y política que le da impulso a su mensaje,
  3. Concluye con la viralización del contenido mediante la activación en cascada de una comunidad interconectada«.

Parafraseando a Aruguete y Calvo, cuando vemos un contenido en nuestras redes sociales que coincide con nuestras creencias, experimentamos un placer que nos impulsa a comunicarlo inmediatamente para demostrar a todxs lxs de nuestro universo que estábamos en lo correcto. A esto se lo conoce como sesgo de confirmación.

Con respecto a los conceptos, lxs autores diferencian entre:

  • False news: Contenido que no está verificado que incurre en falsedades, descontextualizaciones o tergiversaciones en parte o en todo el contenido pero que no busca mentir o dañar intencionalmente.
  • Fake news: Son noticias falsas con las que se está buscando atacar y dañar a un otro con el objetivo de indicarle al otro que se mande a silencio.

👉 Algo que no voy a poder profundizar en esta oportunidad pero que no quiero dejar sin mencionar con respecto a la creación de fake news y desinformación es lo que resume Mariana Moyano: «Hay que analizar cómo se están moviendo los actores, cómo se están coordinando, y cómo se están dando los financiamientos de este tipo de estrategias que son muy complejas. Muchas veces son los propios partidos políticos los que perjeñan y contratan estrategias de desinformación en la contienda política».

Redes sociales y algoritmos

La lógica de las redes sociales es compartir todo con nuestro entorno, poner «me gusta», retuitear. Los algoritmos que jerarquizan los contenidos y los de recomendaciones estudian estos comportamientos de los usuarios y se entrenan. Lo más visto y compartido por tu red de contactos, junto con lo que más te gusta y más compartís, es lo que se prioriza para mostrarte en Facebook, Twitter, YouTube o Instagram. Así, para simplificar, se conforman las burbujas en las que nos movemos en las redes sociales (un ejemplo visual, en torno al tema de las elecciones presidenciales en Argentina en 2019, es el de la siguiente imagen tomada de un artículo de Revista Crisis).

Cámara de eco: Los algoritmos nos devuelven mensajes que nosotros ya fuimos expresando en algún sentido. La cámara de eco es la amplificación de esos mensajes y es por lo que las burbujas se vuelven tan consistentes.

Según Aruguete y Calvo, «las encuestas muestran que las redes sociales son en la actualidad la principal vía de acceso a noticias y la forma más habitual de consumir información política de manera incidental». Entonces, a raíz de todo lo que expresé hasta ahora, pienso: ¿Cómo nos estamos informando?

Regulación, derecho a la información y libertad de expresión

El 3 de mayo de 2018, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa, la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) lanzó una campaña «contra las fake news en redes sociales» en la que 200 medios argentinos publicaron un encabezado que decía «Este medio tiene editor responsable. No a las noticias falsas en redes sociales y plataformas digitales» 🙄. Un mes más tarde, el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN), Ricardo Lorenzetti, pidió regular las noticias falsas que circulan en las redes sociales: «Es mejor obligar a que el proveedor las detecte con más tecnología; hay que establecer incentivos para que quien administre desarrolle tecnología para controlar y detectar fake news«.

Sin embargo, como mencioné anteriormente, los medios de comunicación -incluso teniendo editores responsables- también emiten contenidos falsos. Algunos, además, con consecuencias graves para la ciudadanía. Ante estos hechos, el pedido de regulación se extiende y ahí es donde no todo es tan simple, ni tan obvio. Y el remedio puede ser más peligroso que la enfermedad.

Tanto la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 19, como la Convención Interamericana de Derechos Humanos, en su artículo 13, establecen que el derecho a la opinión, a la crítica y a la pluralidad de contenidos son condición para la calidad y el estatuto democráticos de la sociedad. A esto se suma el derecho de las audiencias a recibir información veraz, sobre lo que los medios de comunicación deben ser responsables.

Mientras tanto, ante el reclamo social e institucional, empresas como Facebook y Twitter toman diversas medidas de autorregulación privada para contener la propagación de fake news. Por ejemplo, la empresa de Mark Zuckerberg articula -en varios países- con organizaciones de factchecking (chequeo de datos) y la plataforma conducida por Jack Dorsey rotula un contenido cuando considera que es «evidentemente falso». Esta autorregulación es otro problema para la libertad de expresión.

Eduardo Fernández Rubiño -responsable del manejo de las redes sociales en los inicios de Podemos, de España-, responde a la pregunta que hace Luciano Galup (y que nos hacemos quienes estudiamos estos temas): «¿Con qué estrategias se combaten las noticias falsas?«. «Hacen falta muchas vacunas democráticas para hacer frente a estos riesgos. Tenemos el reto de generar anticuerpos en la propia sociedad, porque la censura o el intento de poner puertas al campo mediante leyes no van a funcionar. Es imprescindible hacer un proceso de alfabetización digital en un sentido nuevo: tenemos que formar a la ciudadanía en el uso crítico de la información que obtiene a través de internet y dotarlos de herramientas para contrastar las fuentes», dice Fernández Rubiño.

Sobre esta nueva alfabetización, Galup recuerda cuando se descubrió que se podían adulterar las fotografías y cómo, con el tiempo, la humanidad fue adquiriendo la capacidad de incorporar la desconfianza «sin implicancias negativas para el debate público». En momentos en que avanzan los desarrollos de deepfake -videos falsos- es fundamental aprender a distinguir entre un contenido real y uno falso 🎬.

¿Cómo se regula? Por el momento, parafraseando a Galup, no parece haber ninguna regulación de la conversación que no vulnere la libertad para expresarse.


🎬 Guadalupe Nogués sobre cómo hablar con otros que piensan distinto

En el TEDxRioDeLaPlata de 2019, Guadalupe habló sobre la posverdad, el tribalismo y la importancia de aprender a conversar con quienes piensan distinto para encontrar consensos. En su charla, se refiere a la desinformación que circula y se instala sobre temas como el cambio climático y las vacunas, y asegura que «nunca sabremos todo, pero eso no quiere decir que no sepamos nada».

¿Cómo podríamos definir la «posverdad»?
Aunque haya información disponible -chequeada-, y evidencia, esto se deja de lado y se siguen las emociones o las creencias.

En su búsqueda para afrontar la posverdad, Guadalupe se dio cuenta de que las evidencias son necesarias pero no suficientes y de que con la educación no alcanza. Pensó si quizás el problema era que había que mejorar la comunicación y ahí se dio cuenta de que nunca había aprendido a conversar con los que piensan distinto.

¿Cómo dialogamos cuando el problema es un desacuerdo ideológico?
Hay experimentos que muestran que cuando las personas conversamos sólo con quienes piensan igual que nosotros, nuestras opiniones se vuelven más extremas y homogéneas. Nuestras opiniones, en vez de ser provisorias, son  inamovibles. Entonces cada conversación, discusión y desacuerdo con «los otros» -que están del otro lado de una zanja que cavamos- parece una batalla entre el bien y el mal.

Así, explica Guadalupe Nogués, «el diálogo desaparece, el acuerdo es imposible y el mundo se fragmenta en una combinación explosiva de agresión y desconfianza».

«Pero para tener una democracia saludable, ¿no necesitamos que los que piensan distinto logren conversaciones amplias, honestas y profundas?»

3 tipos de opiniones
Débiles y temporarias.
Intensas y duraderas.
Las que se vuelven parte de nuestra identidad. Cuando pasa esto, cualquier duda sobre lo que pensamos se vuelve una duda acerca de quiénes somos y eso nos resulta insoportable, explica. Entonces, la necesidad de proteger nuestra integridad hace que nos agrupemos con quienes están en nuestra misma situación = TRIBALISMO.

¿Qué genera el tribalismo?
Conflicto permanente
Silencios (nos callamos para evitar el conflicto, la agresión o la penalización social del disenso).
A veces, el número de voces disminuye hasta que queda una sola y se confunde el SILENCIO con ASENTIMIENTO (el famoso «el que calla, otorga») y se crea una ILUSIÓN DE CONSENSO. Ese silencio, generado por el temor, es producto de una censura sutil, lo que significa una amenaza a la libertad de expresión y a una democracia saludable. Si no nos expresamos, no estamos participando de la toma de decisiones.

¿Qué podemos hacer? 3 sugerencias
Buscar y promover activamente el pluralismo.
Aprender a conversar mejor.
Separar las ideas de las personas.

* Guadalupe Nogués es Doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires y durante más de una década se dedicó a la investigación científica molecular. Hace años trabaja en educación en ciencias como docente de nivel medio, universitario y en formación de docentes. Se dedica además a la comunicación en temas vinculados con las ciencias, las políticas públicas, la posverdad, la salud y el uso de evidencias. Es autora del libro Pensar con otros: una guía de supervivencia en tiempos de posverdad, editado por ABRE y El Gato y la Caja (2018).

Burbujas porosas: hay que relativizar el impacto de las redes sociales

«La democracia precisa de ciudadanos que vean las cosas desde el punto de vista de otros, pero en vez de eso cada vez estamos más encerrados en nuestras burbujas» dice Eli Pariser en su libro El filtro burbuja (2017). Sin embargo, en esta entrevista, Rosalía Winocur, doctora en Ciencias Antropológicas, explica que según una investigación realizada por la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República de Uruguay, hay que relativizar el impacto de las redes sociales en la toma de decisiones políticas.

El discurso hegemónico, como el que se evidencia en el reciente documental de Netflix «The Social Dilemma«, se intenta imponer la idea de que las redes sociales determinan a quiénes van a votar lxs ciudadanxs o cómo se van a posicionar ante un hecho público (ej: Cambridge Analytica, Brexit, Donald Trump o Jair Bolsonaro). De hecho, este discurso responde a un determinismo tecnológico (es decir, le adjudica a la tecnología el poder de determinar a la sociedad, para bien o para mal) que ignora todo contexto.

💬 A raíz de su investigación, dice Winocur:

👉 «El ámbito doméstico, la familia y las redes próximas siguen siendo claves para la socialización de la información política, independientemente de los lugares donde se consume la información».

👉 «En investigaciones que se hicieron en Estados Unidos, que cuestionaron que las burbujas y las cámaras de eco fueran tan homogéneas y tan determinantes, llegaron a la conclusión de que las burbujas más homogéneas estaban entre las personas de más de 65 años y también entre las más conservadoras, y que en todo el resto del espectro, no; eran muy porosas. Nosotros también vimos eso: son muy porosas, y además, abiertas al disenso, aunque eso no se muestre.»

Como dijo María Esperanza Casullo en su newsletter Populistas somos todos, del 27 de septiembre de 2020: «Por ahora, lo más importante es mantener la vista en la pelota: no, no es cierto que vivamos en un país inevitablemente fragmentado, y no, no es cierto que nos rodee el odio. Lo segundo más importante es apartar la vista de las redes sociales y de la televisión, respirar, y mirar a nuestro alrededor. Caminar un par de cuadras. Tal vez llamar a un familiar, un amigo o un vecino y preguntarle cómo está. Y recordar que la mayoría sigue pensando que la democracia es la mejor forma de vivir.»