Después de #NiUnaMenos, #Rompamoseltechodecristal

Con el influjo de la masiva e histórica marcha contra la violencia de género de 2015, mujeres profesionales, periodistas, políticas y artistas se reunieron ayer para dar inicio a una campaña más ambiciosa: avanzar hacia la plena igualdad de varones y mujeres.

Por Diana Fernández Irusta, para La Nación.

Se sentía el influjo del Ni una menos. En parte porque varias de las organizadoras pertenecían al colectivo que promovió, hace cerca de un año, la histórica movilización contra los femicidios. En parte, también, porque –como en aquella ocasión- la chispa de la iniciativa se prendió en Twitter. Y porque si Ni una menos fue grito, mojón y demanda de una sociedad que ya no puede permitirse naturalizar la violencia de género, Rompamos el techo de cristal, las jornadas que se realizaron ayer en el auditorio del Museo Evita, significaron la continuación de aquella movida: la voluntad de avanzar hacia una meta aún problemática, la plena igualdad entre varones y mujeres.

Convocaron la periodista Ingrid Beck, la economista Mercedes D’Alessandro y la consultora en Comunicación Ana Correa. Expusieron las periodistas Angela Lerena, Tamara Tenembaum, Hinde Pomeraniec, Paula Rodríguez, Valeria Sampedro, Carolina Martínez Elebi, la política Cristina Alvarez Rodríguez, la «artivista» y encargada del Area Audiovisual y Archivo en el Ministerio Público de la Defensa (CABA) Milena Pafundi, y la actriz Malena Pichot.

Hacia el final, tras casi cuatro horas de testimonios, reflexión e intercambio entre el público y las expositoras, vino el anuncio: el tres de junio, aniversario del Ni una menos, se subirá a la web el «Primer índice nacional de violencia machista», una plataforma en la que trabajan Ingrid Beck y el licenciado en Ciencias de la comunicación y docente en técnicas de investigación en opinión publica Martín Romeo. Allí, a partir de una serie de indicadores, se intentará recopilar información sobre un fenómeno que recién en el último tiempo tomó cuerpo en la agenda pública, y que atraviesa todos los sectores sociales.

Ser o no ser feminista

«Mientras siga la desigualdad, seguirán los femicidios», la idea pareció signar cada intervención. Porque ¿qué es, después de todo, el «techo de cristal»? Desde hace un tiempo se denomina así al disimulado pero contundente límite que la mayoría de las mujeres, cualquiera sea su origen social, encuentra en algún momento del desarrollo profesional, personal y económico. Es de cristal porque nadie lo ve. Es techo porque sofoca hacia abajo. Como toda superficie acristalada, nadie la atraviesa sin quedar herida. Y como toda restricción, señala la vulnerabilidad de quienes la padecen.

Para Mercedes D’Alessandro, impulsora del blog Economía femini(s)ta, la piedra de toque es el trabajo doméstico no remunerado. «En todo el mundo, las mujeres trabajan entre dos y seis horas más que los hombres –explicó-. En la Argentina, el doble de tiempo». Según la profesional, es esta sobrecarga -limpieza de la casa, cocina, cuidado de los hijos- la que reduce drásticamente el tiempo para el ocio, la formación o la disponibilidad para un universo laboral cada vez más competitivo. «Como decía Silvia Federici, marxista de los años 70 –continuó D’Alessandro-, a eso que llaman amor nosotras lo llamamos trabajo no pago».

Por su parte, Angela Lerena, periodista deportiva y una de las primeras en cubrir partidos de fútbol en el país, confió: «Fui feminista antes de saberlo. Porque me gustaba hacer cosas que «no eran de mujer». Iba a la cancha disfrazada de varón, con una capucha, para pasar desapercibida». La profesional, que confía en que dentro de 50 años la exclusión de la mujer se considerará «tan ridícula» como hoy se percibe la antigua restricción del voto femenino, concluyó: «esos techos de cristal que tuve romper para ser lo que soy, esa sensación que tenía de que todo estaba en contra de mí se llamaba sociedad patriarcal».

«Yo también fui feminista sin saberlo», coincidió Carolina Martínez Elebi, integrante de la plataforma Chicas poderosas, comunidad virtual que trabaja sobre otro de los techos de cristal masivamente interiorizados por las mujeres: el del campo tecnológico como espacio «natural» y restricitivamente masculino. «Con el sitio buscamos poner en contacto a las periodistas que trabajan con datos, compartir información y ayudar a resolver problemáticas ligadas con el acceso a lo digital».

Para Martínez Elebi –así como para varias de las participantes- el mayor desafío no radica sólo en confrontar con el ancla de la desigualdad entre géneros, sino también con el modo en que esa desigualdad está asumida y naturalizada por muchas mujeres. El techo de cristal operando, ya no como tope, sino como delicada, permanente e imperceptible mordaza. Tamara Tenembaum, editora de la revista digital La Agenda, aporta un ejemplo: «Cuando pedís un texto con perspectiva personal, los varones lo resuelven rápidamente. Con las mujeres pasa lo contrario. Hay un estereotipo que opera: es como si la mayoría estuviese acostumbrada a esconderse».

Probablemente sea ésa, la del impedimento hecho carne –y silencio, detención, de repente miedo- la zona más difícil de abordar. Un hallazgo viejo como el mundo: lo cuestionado suele hincar, profundo y resistente, hacia el interior de quienes lo cuestionan. Entonces, frente a ese tipo de límites, las participantes de Rompamos el techo de cristal proponen la palabra. Hablar y seguir hablando. Otorgar sentido. Por sobre todo, abrirse a lo que varias de ellas denominan «salir del gueto». Hinde Pomeraniec, que asegura nunca autodefinirse como feminista, comenta: «Cuando escribo sobre mujeres, hago de la divulgación una misión personal. Quiero ganar una conciencia, conmover. Sacar de la indiferencia». Paula Rodríguez (que en su momento fue editora de Playboy y también participó en la edición de Luna, revista femenina que había buscado como interlocutor a un público de mujeres masivo pero no constreñido a los habituales estereotipos) reivindica los lugares «incómodos», aquellos que obligan a salir del circuito de los que «piensan bien» o se solazan en el «purismo de la militancia»: allí, asegura, en ese barro complejo, imperfecto y vital, también es posible construir otro camino, más sinuoso que directo («intersticios» los llama Tenembaum), pero también tendiente a lograr, alguna vez, que los techos no necesiten ni ser de cristal ni tener entidad alguna.

«Lo más punk del mundo es ser feminista», dice Pichot con mucho desenfado pero muy en serio. Y Beck insiste en la díada desigualdad-violencia. «Que levante la mano quien sufrió algún tipo de abuso o violencia en algún momento de su vida». La sala estaba llena de mujeres. No hubo una mano que no se elevara.

Diana Fernández Irusta